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Reinhard Heydrich fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más siniestras del nazismo. Brillante, despiadado, ambicioso y letal, fue el arquitecto de algunas de las políticas más brutales del régimen de Hitler. Su fulgurante ascenso en el engranaje nazi y su papel clave en la planificación del Holocausto le valieron tanto el respeto temeroso de sus camaradas como la animadversión de sus enemigos. Su vida, marcada por la crueldad y el poder, terminó abruptamente en una de las operaciones de resistencia más célebres de la Segunda Guerra Mundial: la Operación Antropoide.

Un prodigio de la maquinaria nazi

Nacido en 1904 en una familia acomodada y culta, Heydrich parecía destinado a destacar. Tenía formación musical, era un brillante esgrimista y poseía una mente analítica que no tardó en ponerse al servicio de la Alemania nazi. Tras una breve y accidentada carrera en la marina, fue reclutado por Heinrich Himmler, quien vio en él un potencial excepcional para las estructuras de poder del partido. No se equivocó: Heydrich organizó desde cero el servicio de inteligencia de las SS (el Sicherheitsdienst o SD) y se convirtió en una pieza central del aparato represivo del Reich.

Su ascenso fue meteórico. En poco tiempo, Heydrich dirigía la Gestapo, supervisaba los campos de concentración y manejaba los hilos del terror desde las oficinas del RSHA (Oficina Central de Seguridad del Reich). Fue uno de los principales cerebros tras la Noche de los cristales rotos y artífice de la represión sistemática en los territorios ocupados.

La Conferencia de Wannsee y la “solución final”

Heydrich presidió la tristemente célebre Conferencia de Wannsee en enero de 1942, donde se discutió la implementación logística de la “solución final al problema judío”. Aunque la persecución antisemita ya llevaba años en marcha, Heydrich consolidó y organizó el genocidio con precisión administrativa. Su capacidad para combinar burocracia, eficiencia y brutalidad lo convertía en un enemigo especialmente temido.

El Reichsprotektor de Bohemia y Moravia

En 1941, Heydrich fue nombrado Reichsprotektor de Bohemia y Moravia (la actual República Checa), tras la salida de Konstantin von Neurath. Su mandato fue una mezcla de represión despiadada y manipulación política. En apenas unos meses, logró reducir la resistencia checa a base de ejecuciones sumarias, deportaciones masivas y una inteligencia eficaz que sembraba el miedo en cada rincón de Praga. Fue en este contexto que se ganó el apodo de “El carnicero de Praga”.

Operación Antropoide: la venganza checoslovaca

El gobierno checoslovaco en el exilio, con el apoyo de los británicos, decidió que Heydrich debía morir. Se organizó entonces la operación Antropoide, ejecutada por dos paracaidistas entrenados en Inglaterra: Jozef Gabčík y Jan Kubiš. El 27 de mayo de 1942, en una carretera de Praga, los resistentes emboscaron el coche de Heydrich. Aunque el ataque no fue perfecto y Heydrich logró defenderse inicialmente, una granada lanzada por Kubiš causó heridas internas que resultarían fatales. El 4 de junio, Heydrich fallecía en el hospital por septicemia.

Las represalias nazis fueron inmediatas y brutales. Pueblos enteros, como Lidice, fueron arrasados. Miles de personas fueron detenidas, torturadas o ejecutadas en un intento de borrar cualquier rastro de disidencia. Pero el golpe estaba dado: el símbolo del terror nazi en Europa Central había caído.

Un legado de horror

Reinhard Heydrich no solo fue un burócrata eficiente del mal, sino un actor central en la construcción del aparato genocida nazi. Su muerte fue uno de los pocos golpes eficaces asestados al liderazgo nazi en plena guerra. Y aunque su desaparición no detuvo el Holocausto, demostró que la resistencia —incluso en la oscuridad más profunda— era posible.